Asonancias



Como cuerpo invisible entre las manos

se disuelve

suena a una nada

sin ecos

ni cruces luminosas

¿qué me dice?

si no mueve los labios

o sus ojos

crujen tras dos

párpados inertes

la nota musical

atrapada

entre las ramas secas

el árbol

no me deja ver

la melodía.

Tierramadre

Un vapor tropical aletea en el ombligo

se despeña al ritmo de yamarós

y quitambres

de la ciénaga nace el fuego y más allá

cada color es una nota musical

una melodía epidérmica

un flujo mulato de sierra madre

o de madre tierra

subvertida

entre llantos y placeres

se muere se vive

se goza.

Tierradentro

Lamida por dos océanos

su piel volcánica suelta lágrimas

mestizas entre torrentes y remansos

la magdalena recoge la ausencia

y la escupe en bocas de ceniza

labios negros se beben el café

de la lengua indígena

tengo en la ciudad perdida un nudo

que es de oro

soplan los alisios del norte

me dejan páramo

no hay barranquillas ni cartagenas

que puedan

sólo tu presencia

en mi tierradentro.

Jueves

El sol va cayendo por detrás y todo

se silencia como manto de nieve

es la hora de la transformación de mis pies

se descalzan para recibirte

los dedos se entrelazan

eléctricos

impulsos viajan hasta mi ombligo

los minutos huelen a aceite de jazmín

pero hoy no sos vos quien se baja

del tren y en mil o en mil quinientos

pasos hace sonar

cada vez más fuerte la sangre

contra los vasos y las sábanas

notarán la ausencia

porque es jueves pero hoy

no sos vos.

Hebras

Se escapan del agua y van subiendo entre lupinos y godecias. Sufren los colores (los padecen) hasta fundirse en el ventanal. Del otro lado, mi abuela borda. Sus manos terminan en pestañas de gacela que cuentan una historia (en punto cruz). La hamaca cruje de ida de vuelta mientras sus ojos (los otros) quedan suspendidos. Mi abuela borda y recitan sus dedos, callan las diagonales.

El fuego acompaña y yo estoy tirada en el puf escuchando la púa recorrer los surcos del vinilo. El libro abierto, sobre mis rodillas. Sissi y Francisco José se casaban en Viena. El aroma a piñas quemadas se enrieda con el de los scones que se hornean en la cocina. Ella me pide que ponga la mesa. Cierro el libro y busco los individuales con flores y los platos y tazas de cerámica pintados a mano. Afuera las montañas no se reflejan. Me impresiona el color de la mermelada de sauco, tan oscuro tan profundo que parecería chuparse quién sabe qué cosa. Tan distinta al velo morado que quedará, un poco más tarde, sobre la masa humeante. Unas abejas petrificadas custodian la miel de algún peligro. Apoyo la tetera en el mármol y caen las hebras. El chorro hirviendo hace que griten. Gritos de anís y de naranja

Mamá avisa que ya está el té. Mi abuela se quita los anteojos y los deja sobre la banqueta, junto al panamá, la aguja cruzada y los hilos. Sus manos estiran su saquito de lana (por los costados) y aplanan algo sutil sobre su vientre. Nos sentamos a la mesa, se sirve el té, nos pasamos la mermelada, el queso, la miel. Tomo un scone con las dos manos, separo las mitades y espero mientras la manteca se derrite.

Intento


Se hinchan mis pulmones al unísono

se deshinchan

como una sucesión de gotas que

van golpeando el cemento

y yo intento olvidar

o no volverme loco

sin avisar las noches

se vuelven días

se abre la única ranura cuando

el cielo se parte al medio

y un plato de comida se desliza

hacia mí

ejercito mis fibras en círculos

hacia el otro lado, a veces

sólo quiero un lápiz

un cuaderno

no, me han dicho

¿temen, acaso, las palabras atrapadas

en esta cárcel de huesos y poca carne?

no entienden al niño del otro lado

que me habla con voz de otoño

me ruega que no olvide

mientras los pájaros invaden

mi celda.

Si volaran los mirlos


Cuando el mirlo voló más allá de mi vista,
marcó el borde
de uno de los muchos círculos

Wallace Stevens

Si volaran en círculos

viciosos

dentro del iris

entonces yo

tendría las plumas

resplandescientes de lágrimas.

Si volaran en el abismo

húmedo

de labios entornados

entonces

yo podría soplar

silencios.

Si volaran de la palma

a la punta

de los dedos entonces

yo no

tendría miedo de cerrar

los ojos.





El aroma de la naranja (amarga)



Teníamos un ritual de primavera. Algunos domingos, cuando despertaba, encontraba en mi ventana un ramito de flores blancas. Yo me vestía rápido y salía hacia el monte con dos canastos y, en el bolsillo, la media de mujer que había robado alguna vez del cajón de doña Amanda. Lucía me esperaba en la cocina con la cacerola de cobre, limpia, azúcar y clavo de olor. Mientras ella fileteaba la cáscara, yo trozaba la pulpa y colocaba un poco, junto con las semillas, dentro de la media. Todo iba a parar a la cacerola, y esperábamos. Eran esperas de sudor en la piel y jadeos ahogados. Aunque el abuelo siempre pescaba los domingos, a mí de daba terror la idea de verlo en el umbral de la puerta. Lucía era salvaje y dulce a la vez, igual que las flores de azahar esparcidas bajo los naranjos.

Pájaros



Hoy tengo pájaros en los ojos plumas mojadas de lágrimas batidas en vuelo la mirada turbia no te encuentra cae tras la línea de tu inmenso mar.

Hoy tengo pájaros en la boca aleteo de labios húmedos se escapan los suspiros enmudecen cuando una a una se ahogan las letras que dicen tu nombre.

Hoy tengo pájaros en las manos pero vos no podés reconocer su voz.

El aljibe



Un círculo
un secreto o un silencio
y una sombra
como gotas caen las palabras
u hojas secas
se abren en otras o
en sí mismas se reabsorben
ecos cavernosos
y más abajo
más allá
un espejo profundo
fugitivo reflejo
de su rostro.

Luna



Es un secreto: te espío
tras las hebras
de té oscuro
sigo las líneas de tiempo
en tu pelo me gusta verte
soplar jazmines 

en mi ombligo.

¿Qué tiene tu abrazo que
transforma mis espantos
en pétalos de luna?

Geometría de un hallazgo



Huesos diseminados y un lecho reducido a un conjunto de formas geométricas. (¿Rendición?). Bellísimo. Tanto, que por un instante, saboreé el efecto perverso del cambio climático y me perdí en ese laberinto árido de hexágonos y pentágonos. Seguí la línea que partía desde una vértebra medio carcomida por el viento, hasta que se deslizó por su propio hueco. La imaginé cayendo hacia el magma, y su vapor atrapado en un círculo vicioso. Seguí removiendo huesos; de la tibia al sacro, fui moviéndome entre falanges. Dejé la mandíbula donde estaba, en su carcajada inútil, pretérita. Seguí más líneas y formas hasta que un grito me empujó, y caí. Y así, recostada en el polvo, adormecida por los ecos de mi propia voz en los acantilados: Supe.

Esto recién empieza


A Pancho, extrañándolo.

(La foto se la saqué allá por el dos mil, en alguna playa solitaria de Península Valdés. Y el que sigue es un extracto de un mail que me escribió unos años más tarde, en agosto del 2002, durante su estadía como residente en Alemania).

Hoy salí antes del hospi. Me prestó la secretaria de mi jefe su superlaptop y me senté a escribir. Mando este delirio, este manojo de sueños bien mezcladitos.
(No se copan los alemanes para tomar mate, y agarro el teclado y lo hago de goma)
Me clavé un par de noches solo, han hecho bien. Como si después que algo se siembra, le llueve encima y todo se queda quietito, esperando el primer brote, de un verde hasta medio pálido. Pero fresco y puro sale lo que la semilla manda, y las circunstancias únicamente deben conformarse con modelarlo un poco.
Me acompañó en la aventura mi viejo compañero, ese de tintes rojizos, un tanto seductoramente diabólicos. Una noche increíble se dejaba ver a través del fondo de mi aguantador vaso; cada vez que éste pedía otra batalla, se teñían las estrellas de sangre.