El aroma de la naranja (amarga)



Teníamos un ritual de primavera. Algunos domingos, cuando despertaba, encontraba en mi ventana un ramito de flores blancas. Yo me vestía rápido y salía hacia el monte con dos canastos y, en el bolsillo, la media de mujer que había robado alguna vez del cajón de doña Amanda. Lucía me esperaba en la cocina con la cacerola de cobre, limpia, azúcar y clavo de olor. Mientras ella fileteaba la cáscara, yo trozaba la pulpa y colocaba un poco, junto con las semillas, dentro de la media. Todo iba a parar a la cacerola, y esperábamos. Eran esperas de sudor en la piel y jadeos ahogados. Aunque el abuelo siempre pescaba los domingos, a mí de daba terror la idea de verlo en el umbral de la puerta. Lucía era salvaje y dulce a la vez, igual que las flores de azahar esparcidas bajo los naranjos.

Pájaros



Hoy tengo pájaros en los ojos plumas mojadas de lágrimas batidas en vuelo la mirada turbia no te encuentra cae tras la línea de tu inmenso mar.

Hoy tengo pájaros en la boca aleteo de labios húmedos se escapan los suspiros enmudecen cuando una a una se ahogan las letras que dicen tu nombre.

Hoy tengo pájaros en las manos pero vos no podés reconocer su voz.

El aljibe



Un círculo
un secreto o un silencio
y una sombra
como gotas caen las palabras
u hojas secas
se abren en otras o
en sí mismas se reabsorben
ecos cavernosos
y más abajo
más allá
un espejo profundo
fugitivo reflejo
de su rostro.

Luna



Es un secreto: te espío
tras las hebras
de té oscuro
sigo las líneas de tiempo
en tu pelo me gusta verte
soplar jazmines 

en mi ombligo.

¿Qué tiene tu abrazo que
transforma mis espantos
en pétalos de luna?

Geometría de un hallazgo



Huesos diseminados y un lecho reducido a un conjunto de formas geométricas. (¿Rendición?). Bellísimo. Tanto, que por un instante, saboreé el efecto perverso del cambio climático y me perdí en ese laberinto árido de hexágonos y pentágonos. Seguí la línea que partía desde una vértebra medio carcomida por el viento, hasta que se deslizó por su propio hueco. La imaginé cayendo hacia el magma, y su vapor atrapado en un círculo vicioso. Seguí removiendo huesos; de la tibia al sacro, fui moviéndome entre falanges. Dejé la mandíbula donde estaba, en su carcajada inútil, pretérita. Seguí más líneas y formas hasta que un grito me empujó, y caí. Y así, recostada en el polvo, adormecida por los ecos de mi propia voz en los acantilados: Supe.

Esto recién empieza


A Pancho, extrañándolo.

(La foto se la saqué allá por el dos mil, en alguna playa solitaria de Península Valdés. Y el que sigue es un extracto de un mail que me escribió unos años más tarde, en agosto del 2002, durante su estadía como residente en Alemania).

Hoy salí antes del hospi. Me prestó la secretaria de mi jefe su superlaptop y me senté a escribir. Mando este delirio, este manojo de sueños bien mezcladitos.
(No se copan los alemanes para tomar mate, y agarro el teclado y lo hago de goma)
Me clavé un par de noches solo, han hecho bien. Como si después que algo se siembra, le llueve encima y todo se queda quietito, esperando el primer brote, de un verde hasta medio pálido. Pero fresco y puro sale lo que la semilla manda, y las circunstancias únicamente deben conformarse con modelarlo un poco.
Me acompañó en la aventura mi viejo compañero, ese de tintes rojizos, un tanto seductoramente diabólicos. Una noche increíble se dejaba ver a través del fondo de mi aguantador vaso; cada vez que éste pedía otra batalla, se teñían las estrellas de sangre.