La luna parece romper a sus pies. Con el mismo ritmo parejo, el hombre atraviesa el lienzo intentando alivianar en cada corte. La tela no sangra. Le escupe los colores en la cara y él cree enceguecer. –No importa –piensa–. Mientras pueda mantener la otra mano en un puño hermético, el niño no se habrá soltado.
(Mientras sople la inocencia, no puedo despedirme)